Cada
uno de nosotros maneja el computador de modo distinto, unos con miedo, con
rabia, otros con ternura o con dolor. Hablo de emociones, no de destrezas,
aunque al final precisamente voy a demostrar que lo uno genera lo otro.
Incluso
nosotros mismos, en diferentes momentos del día, fluimos con la máquina o
sentimos que ella está contra nosotros y decimos “ésta bicha está loca!”.
Hay
que darle tiempo. Paciencia.
Conviene
utilizarlo con destreza, explotando las “funciones nativas”, por ejemplo,
cuando escribimos la url ver si ya aparece lo que buscamos en las sugerencias
de Google. Facilitarnos las actividades futuras empleando recursos que el
propio computador provee, por ejemplo, yo configuré Ctrl+Shift para cambiar de
idioma del teclado, y así los : se convierten en Ñ, y puedo domesticar mejor el
uso de acentos.
Siempre
es bueno hacer la menor cantidad de clics para realizar cualquier actividad. Hacer
los clics necesarios, ni más ni menos. Un clic para seleccionar letra, dos para
la palabra y tres clics para toda la frase. En la búsqueda de archivos ser
cuidadoso con los clics.
No
borrar la palabra completa para cambiar una letra. Vaya a la letra y acomode,
eso minimiza el riesgo de volver a equivocarse. Más bien, aproveche cada letra.
Hay que ser un poco “cirujano” con el uso del computador. Conozco profesionales
que lo usan como si fuera una máquina de escribir antigua.
Aprender
a usar las teclas de atajo. Las principales:
Control
Z para Deshacer. Según qué aplicaciones se pueden hasta programar la cantidad
de Ctrl+Z que se pueden hacer para regresar.
Control
X para cortar, Control X para copiar y Control V para pegar.
Leer
los mensajes que aparecen con indicaciones.
Resetee.
No falla.
Incluso
gente más diestra que yo por ratos “se tranca” en el computador. A ratos se le
pierden palabras, no recuerdan donde está alguna función, y tiene que ver con
el stress.
La
máquina no hace nada, sólo obedece a lo que el usuario le ordena, ella no tiene
vida ni capacidad de decisión. Todo lo que nos sucede cuando ella “se tranca”
está en nosotros mismos.
Sin
embargo hay ratos en que uno tiene ganas de darle un puñetazo a “la bicha” esa
y largarse a tomar un café.
Esto me recuerda un exquisito escrito
de Julio Cortázar
Preámbulo a las instrucciones para dar cuerda al reloj
Piensa en esto: cuando te regalan un
reloj te regalan un pequeño infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo
de aire. No te dan solamente el reloj, que los cumplas muy felices y esperamos
que te dure porque es de buena marca, suizo con áncora de rubíes; no te regalan
solamente ese menudo picapedrero que te atarás a la muñeca y pasearás contigo.
Te regalan -no lo saben, lo terrible es que no lo saben-, te regalan un nuevo
pedazo frágil y precario de ti mismo, algo que es tuyo pero no es tu cuerpo, que
hay que atar a tu cuerpo con su correa como un bracito desesperado colgándose
de tu muñeca. Te regalan la necesidad de darle cuerda todos los días, la
obligación de darle cuerda para que siga siendo un reloj; te regalan la
obsesión de atender a la hora exacta en las vitrinas de las joyerías, en el
anuncio por la radio, en el servicio telefónico. Te regalan el miedo de
perderlo, de que te lo roben, de que se te caiga al suelo y se rompa. Te
regalan su marca, y la seguridad de que es una marca mejor que las otras, te
regalan la tendencia de comparar tu reloj con los demás relojes. No te regalan
un reloj, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj.
Tema que nos lleva a otro no menos interesante, que trataré en el próximo artículo, y es
sobre la dependencia que tenemos de la tecnología que usamos.
Si algún artefacto falla, por lo que sea, es como si nos amputaran algo, y repararlo se convierte en nuestra primera prioridad, y si se cae internet, ay!... nuestros ojos no dejan de ver si la lucecita del modem empieza a parpadear.
Si algún artefacto falla, por lo que sea, es como si nos amputaran algo, y repararlo se convierte en nuestra primera prioridad, y si se cae internet, ay!... nuestros ojos no dejan de ver si la lucecita del modem empieza a parpadear.
Javier
Banda
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